Érase una vez una mujer llamada Rhea, cuyo nombre proviene de la mitología griega, y significa “flujo o corriente”.
Rhea emprendía cuatro viajes en un mes, y en cada uno llevaba una valija donde portaba risas, llantos, alegrías, tristezas, entusiasmo, dinamismo, debilidad, coqueteo, vigor, irritabilidad y otras emociones que combinaba con la hormónica vida que le dio Natura.
Inició su primer trayecto de siete días por un sendero rocoso. Le costaba trabajo caminar sobre peñascos. No podía mantener el equilibrio, se sentía cansada, triste, y todo el horizonte se tornaba rojo, tan rojo, que le daba náuseas. Así que bajó el ritmo y decidió reposar.
Llegaron entonces otros diez días, donde apareció un lindo sol que sonrió con tantas ganas, que casi carcajeó. Fue tan poderosa su reacción, que Rhea se desperezó, rió con muchas ganas también, y se puso su mejor vestido; se sentía segura, poderosa y llena de energía. Tanto, que conversaba con las flores, los animales y hasta con los árboles. Ya no había rocas, ahora observaba un camino liso, sin tropiezos, y el horizonte se coloreó de rosa.
Siguió avanzando dos días más, y Rhea seguía derrochando luz, parecía que su amigo Sol la hubiera impregnado de rayitos, porque su rostro y su cuerpo resplandecían de tal manera, que su belleza hacía alarde con la melodía que interpretaba Zeus con su lira. Nada la atemorizaba. Se puso a tejer sueños y a bordar proyectos que hacían sintonía con su fémina alma.
Repentinamente, miró hacia el cielo, y ubicó a la luna, en medio de un mar de nubes que parecían perseguirse. Rhea suspiró y su energía estaba en batería baja. La oscuridad la atemorizó y lloró hasta con el croar de las ranas, pues tal vez trataban de decirle que se encontraban en peligro.
Finalmente cerró sus ojos y escarbó en su corazón todas las razones por las que esta travesía era necesaria, pues todas las mujeres pincelan con sus manos los siete colores del arcoíris. Lo natural y saludable se hace superior.
(Destello)