Somos una nación vulnerada y rota. Ver y analizar el primer Informe Final de la Comisión de la Verdad fue un hecho histórico. Sin lugar a dudas, las declaraciones del padre Francisco de Roux Rengifo —presidente de la Comisión— fueron las más acertadas.
Es increíble, pero ante un hecho sin precedentes, la antipatía reino. Se pensaría que los colombianos brindarían a este momento el interés pertinente comparado tal vez con la Comisión para la Verdad y la Reconciliación de Sudáfrica o la de Canadá, pero no fue así. A muy pocos les importo y algunos pensaron que era un “show”.
¿En qué cabeza cabe que el dolor de una madre que perdió a un hijo en medio de una guerra sea un “show”? ¿De verdad es posible pensar que una familia quiso ser víctima de una masacre y lo disfrutó?
Es inaudito que otros hablen sobre el dolor ajeno con despreció y burla. Que califiquen con palabras soeces un instante de reconciliación y sanación. De verdad que a Colombia le falta empatía y amor. Han afectado con tal grado a muchos ciudadanos que en vez de abrazar el dolor de una víctima la señalan con ofensas.
A Colombia le falta un camino muy largo para cerrar heridas. Por lo menos hoy, existe la verdad, fue publicada y expuesta. No es un tema político, son verdades incómodas que desafían nuestra dignidad, con mensaje para todas y todos como seres humanos, así como lo indicó de Roux.
Dejemos atrás ese lema: “duélale a quien le duela” porque ciertamente hay mucho dolor. Aceptemos que el informe es parejo en describir y atribuir las responsabilidades de todos los actores del conflicto armado interno.
Como los expresaron los integrantes de la Comisión, los combatientes actuaron orientados por una lógica del exterminio físico y simbólico de quien se consideraba enemigo por razones políticas, movimientos sociales o población civil a la que se estigmatizó desde diferentes bandos y grupos. Se trató de ganar la guerra controlando el tejido social.
El camino apenas inicia, pero ese fue un gran paso y hay que darle el valor que se merece. No con señalamientos y lastimando al que ya fue herido, aprendamos a reconciliarnos.