Cultura

Edición 61, revista literaria “CRISOL”

Zozobra   Por: Adán Peralta * Esta fría noche. Lo percibo en lo más profundo. No sé por qué siento esta zozobra...

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Zozobra

 

Por: Adán Peralta *

Esta fría noche. Lo percibo en lo más profundo. No sé por qué siento esta zozobra que me consume. Mis manos tiemblan, el corazón también. Parece una brújula agitada que no encuentra sosiego y una sensación de ahogo y desespero se ha apoderado de mí. Hay nudos y estrechez en la garganta.

He atravesado varias veces La ruta tenebrosa, como todos los vecinos solemos llamar a la calle 66B de esta lúgubre ciudad. Hoy presiento -más que otros días- que esta es una de esas noches llenas de sorpresas… y un pánico me invade, como si el desasosiego se meciera en el aire. Pero no hay de otra, no debo pensarlo más. O la atravieso a pie, o no llegaré a tiempo a mi apartamento. Y tiempo es lo que no sobra.

Me dispongo a entrar a la boca de la calle y al instante un viento ululante rompe la noche y golpea mi rostro. Ese aire me llena de pesimismo, más cuando percibo el olor azufroso que impregna el ambiente. Empiezo a sentir cómo el tiempo y la noche se detienen y aparece el silencio. Es un incómodo silencio. A la vez percibo una sensación volátil que contribuye a una caótica angustia que se adueña de mí. Empiezo a sentir convulsivo el corazón. Está agitado. Los nervios los siento a punto de reventar. Una luz que diviso al final de la calle ilumina por instantes el sendero que me espera.

Puedo distinguir al otro lado del callejón la silueta de una figura que impávida se mantiene estática. Como a la espera, al acecho. Me acerco un poco más a la luz y descubro su origen: un hombre alto me saluda con malévola seriedad y enseguida reconozco el rostro de un padre con deseos de venganza. Comprendo que esta calle es el espacio de la derrota. Y aparece el miedo. Esa fantasmal intranquilidad acechándome de nuevo. Ahora el miedo es mi huésped. Y con el cohabitan los pesados recuerdos. Cada uno lleva a cuestas sus propias sombras. Sigo mirando la silueta. En sus ojos no se asoma ninguna piedad. Es una especie de ángel que viene a cumplir su implacable designio…y otra vez los recuerdos empiezan a desanclarse de la memoria y ahora vuelven de manera tumultuosa por los resquicios de la conciencia, y percibo cómo aquellas imágenes que me han atormentado durante noches están otra vez ahí, de las cuales ahora me arrepiento: haber abandonado el cadáver desnudo de aquella desdichada joven de 16 años que tuvo la mala fortuna de toparse conmigo ese sábado de alcohol y drogas.

Y de nuevo el silencio embriagante. Un inusual estremecimiento recorre mi estado vital. El control de mis nervios no es cosa mía. Ya no está en mi poder. Todo se encuentra fuera de mis facultades. El corazón sigue latiendo a toda prisa. Quise calmarlo, pero el intento fue en vano. Cada segundo es más presuroso.

Direccioné la mirada hacia la silueta distante y focalicé sus manos cubiertas con guantes. Logré ver en una de ellas un enorme cuchillo. Sin saber qué fuerzas me dominaban me acerqué aún más. Mis manos se cruzaron de manera voluntaria en la parte trasera de mi cabeza como señal inevitable de rendición, al tiempo que caía de rodillas frente al verdugo. Su linterna intermitente seguía alumbrando mi cara, y en ella la lividez del miedo con deleite mi cuello.

Ya lo sé, no tengo escapatoria-pensé- al tiempo que observé cómo el cuchillo se acercaba con una velocidad apresurada, y justo en ese momento cerré los ojos para protegerlos de esa luz cegadora que de inmediato arropó mis pupilas. Cuando abrí los ojos, el brillo del cuchillo era opacado por mi sangre caliente, la cual salía a borbotones. Caí de bruces.

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