La pandemia nos ha dejado varias lecciones en lo educativo: el mundo entero se ha metido en nuestros hogares, ha entrado por unas pequeñas ventanas de unos aparatos tecnológicos. Y los estudiantes irrumpieron en nuestras casas. Conocieron nuestros espacios (en muchos casos, desordenados espacios) y conocieron hasta nuestras mascotas. Nosotros también invadimos sus hogares, y también vimos o escuchamos sus mascotas.
Es cierto, los estudiantes no han aprendido todo lo que debían, pero han ido asimilado otras formas posibles de autoformarse, con otras dinámicas. Muchos comprendieron que hay que asumir disciplina, responsabilidad, autonomía, y que deben leer mucho; leer más que en otras épocas. Sí, leyendo más, así parezca increíble. Claro, no la lectura como goce y asombro. Una lectura más académica, pero, al fin y al cabo, ha sucedido un acercamiento a la lectura. Y eso ya es una ganancia, en medio de esta incertidumbre generada por el Covid-19.
La educación se ha visto forzada a una metamorfosis no esperada. Y con ella –obviamente- maestros, padres y estudiantes han alterados sus hábitos. Específicamente con los docentes se evidenció que no todos éramos digitalmente habilidosos, como lo intuíamos. El poco entrenamiento en el manejo de este tipo de interacciones tecnológicas, y de estas nuevas dinámicas, nos ha cobrado factura. Muchos profesores han seguido explicando magistralmente desde sus casas, por dos o más horas con un mismo grupo de alumnos, como si estuvieran en el salón de clases tradicional. Olvidando que el manejo en cámaras, por aplicaciones de encuentro virtual como: Zoom, Meet Cisco Webex, Facebook Live, entre muchas, la cosa es con otro estilo, con menos tiempo, y con otros ingredientes distintos al aula física.
Por su parte, muchos padres y educandos se han enfrentado a otros tantos problemas, como la falta de conectividad en las zonas apartadas del país; y los que tenían conexión con sus redes caseras, algunas empezaron a colapsar. Nunca antes habían estado tan activas con tanto móviles, tabletas y PC, conectados al mismo tiempo. Evidenciando otras de las muchas hendiduras desnudadas en esta pandemia.
A pesar de todo, no debemos olvidar que la educación es un proceso, y como todo proceso es, obviamente, complejo e imperfecto; y en estos tiempos aciagos, aún más. Pero maestros y estudiantes, le hemos apostado a mantener viva la educación, y aquí seguimos… desafiando al saber, a la fascinación del pensar para trascender; ahora desde otras esferas.
Pero lo que sí está claro, es que esta pandemia desnudó muchas de las fisuras de la educación pública colombiana, que ya se venían denunciado hace años: deficiente conectividad, falta de plataformas ajustadas a los nuevos tiempos, inadecuada infraestructura tanto física como tecnológica, insuficiente capacitación a los maestros en nuevas dinámicas, y pare de contar. Y no son problemas generados por la pandemia, estas fisuras ya existían, la pandemia las ha visibilizado aún más.
¿Y cuáles son los retos para la post-pandemia? Es poner sobre la mesa -otra vez- esa urgente discusión de transformar la educación en Colombia. La necesidad de abrir la mirada para concebir una transformación abierta, dinámica, cualificada tecnológicamente; pero sobre todo que sea una educación significativa y estimulante para los educandos. Que los haga competitivos sí, pero también felices. Que no solo responda a las necesidades de un mercado laborar y académico, sino, también a la plena realización del ser humano.
Una nueva educación cimentada en una justa cadena de necesidades; desde las expectativas de los estudiantes, no desde las intenciones gubernamentales de reproducir bachilleres y profesionales en serie. Una educación con mediaciones que, de una u otra manera, contribuyan a reflejar nuevas realidades, en la que el conocimiento sirva, no solo para interpretarlas, sino, para trasformar esas realidades en beneficio del ser humano. Una educación repensada en medio de este umbral en el que nos encontramos. Cohabitar con este virus nos está invitando a eso y.… a mucho más.