No es una pregunta retórica. Con la globalización tecnológica e intercomunicativa, la facilidad de alzar la palabra ante un público amplio es totalmente gigante, por eso es normal escuchar o leer cualquier posición ante cualquier tema político, social, religioso, científico, filosófico, etc. La libertad de expresión ha alcanzado la cumbre de sus propósitos gracias a las plataformas, ya que le brinda la oportunidad a cualquiera de decir lo que le plazca, bajo la premisa de que todas las opiniones son respetables.
Yo lo llamo el romanticismo del derecho, suena lindo, incluso hasta utópico, que toda opinión sea merecedora de respeto solo por ser opinión (nunca un precio tan bajo), con esto hubieran soñado los hombres que fueron quemados y torturados por decir más allá de lo que debían, hace varios siglos. Pero, ¿Qué tan relativa es esta verdad?, a sabiendas ya de que toda verdad es relativa, ¿se debe respetar la opinión de un asesino que argumenta haber matado porque así lo dispone la naturaleza?, ¿o de un nazi que justifica las masacres para conseguir la propagación de una raza humana perfecta?, tales pensamientos nos parecen estúpidos, pero vea, son opiniones, y ni si quiera hay que ser tan extremistas para hallarlas tan incoherentes o fuera de la moral más básica. Ya vemos que este romanticismo es inoportuno y contradictorio, y que hubiera sido ideal para un mundo en el que todas las personas son instruidas, o por lo menos las que se atreven a opinar, pero lastimosamente no es nuestro caso.
El problema no es la común libertad de expresión (que hasta este punto es incontenible), sino nuestra sumisión ante un pensamiento tan poco respaldado por la razón, porque no es un secreto que la verdad es mucho más escasa que las buenas opiniones, y aún más que todas las opiniones posibles; al tener que considerar todas las perspectivas ante un tema la verdad tendría que estirarse para abarcarlas, o incluso peor, subdividirse, y el estiramiento o subdivisión de este mérito llamado veracidad nos conducirá a una anarquía moral en la que todo el que pueda opinar dirá la verdad.
En nuestros últimos tiempos se ha mirado con desprecio cualquier tiranía e imposición de leyes, gracias a las nuevas ideologías liberales, pero es innegable que si en algo sirve la autoridad es para organizar y orientar: así la autoridad en el campo del debate es la razón, esta nos orienta a considerar qué es lo bueno y qué es lo malo, qué es lo conveniente y qué es lo necio, y qué idea es valiosa según su contenido lógico; así cada opinión solo merece el respeto que se gana: el que le da esta autoridad de la razón.
No digo que a las personas se les debería quitar su derecho de libertad de expresión, ni que no cualquiera pueda opinar. Digo que el derecho sin el deber es haraganería, y para ejercer este derecho de opinar hay que cumplir el deber de informarse, razonar, y deliberar. Decir por decir, y hablar con ligereza, solo conviene para la expansión de la ignorancia, o peor, de la desinformación, porque muchas veces el conocimiento a medias o una idea mal interpretada, es peor que la ignorancia total; pero claro, esta es solo mi opinión.